viernes, 12 de agosto de 2011

No estoy para que ustedes me digan, ni yo para decírselos...

Siempre he sido rara, lo juro, pregúntenle a cualquiera que me conozca un poquito más allá de las máscaras que usamos los seres humanos todo el tiempo. Pero un día, en especial, a los 7 años, mostré mi lado más ingenuo y al mismo tiempo la personalidad rara e intensa que me ha caracterizado desde chiquitita.

Era 20 de abril de 1993; iba en 1er año de primaria y saliendo del colegio, siempre pasaban por mí y por otros niños y nos llevaban a una especie de estancia infantil o guardería, donde comíamos y pasábamos todo el día jugando y haciendo la tarea, hasta que mi mamá me recogía, casi en la noche.

Ese día me acuerdo que estaba lloviendo y un enorme patio (a lo mejor lo recuerdo más grande de lo que era) separaba al salón principal de la puerta de entrada, por lo que en cuanto llegamos corrimos divertidos “para no mojarnos”.

Una vez adentro, mientras nos enfilaban para lavarnos las manos y sentarnos a comer, escuché que en las noticias hablaban de que Cantinflas había fallecido ese día. Y a la niña de 7 años de 1º de primaria, se le partió el corazón.

Empecé a llorar desconsolada, nadie podía calmar mi drama. A pesar de los grandes esfuerzos de mi mamá por separarme de las películas, series, telenovelas y demás que pusiera en peligro mi educación, mis buenos modales y todo eso que una madre sueña para su hija, yo era fan de Cantinflas y en ese momento estaba desecha.

Lo peor de todo no fue eso, sino que era tan ferviente mi dolor, que empecé a convencer a los demás niños de que su infancia se había acabado… ¿ahora quién nos iba hacer reír, sensibilizar? Entonces media guardería empezó a llorar.

Por supuesto, tuvieron que llamar a mi mamá para que fuera por mí en ese instante, antes de que generara un Golpe de Estado, pero mientras la esperaba yo lloraba y lloraba frente a la televisión, abatida viendo el funeral de mi ídolo.

Entonces, llegó mi mamá fúrica. Desde luego, no entendía porque tanto drama; pero mi odisea era porque pensaba que jamás iba volver a ver a Cantinflas en la televisión, que no podría ver de nuevo sus películas nunca más, digo… si se acababa de morir, cómo iba a poder volver actuar cada vez que yo quisiera ver “El Bolero de Raquel”, por ejemplo. (Lo siento, era tan sólo una niña de 7 años.)

Mi mamá me explicó a regañadientes, que las películas las iban a seguir pasando el resto de mi vida, que no me preocupara por eso, y entonces mis lágrimas automáticamente cesaron; mi angustia de creer que el mundo ya no sería lo mismo, desarapeció; pero efectivamente ya no fue el mismo.

Ese día, un valioso elemento del humanismo se fue. De esos que no hacen por decena y son tan difíciles de encontrar. No hablo de la persona y el personaje por separado, porque al final de cuentas creo que son uno solo.

Hablo de un hombre, que nació en uno de los peores barrios de México, pero que rompió con el patrón convirtiéndose en una extraordinaria persona. Que alcanzó la fama por su personaje de pantalones de cadera caída y ropa rota, pero invariablemente representando a un ser trabajador y honesto; enredado siempre en un laberinto de palabras y expresiones evasivas, sin concretar ideas para no comprometerse, pero al mismo tiempo comprometido con todos, con sus ideas y sentimientos; sin utilizar jamás albures ni groserías para hacer reír, al contrario, con diálogos llenos de inteligencia y agilidad mental. Siempre saliendo avante a pesar de las adversidades del destino, caracterizado por su habitual picardía y expresiva dulzura.

Hoy, este disléxico pero letrado hombre cumpliría 100 años y marcó tanto la vida de los que hemos podido disfrutar de su trabajo, que incluso su nombre y algunos derivados (cantinflear, cantinflesco) ya son parte del diccionario de la Real Academia Española.

Charles Chaplin una vez lo llamó "el mejor comediante del mundo" y Mario Moreno fue referido muchas veces como el "Charles Chaplin de México", así que espero que donde quiera que estén, los dos estén disfrutando de su compañía, haciéndose reír mutuamente; y su buena vibra y amor por la humanidad entera siga contagiándonos para poder hacer de este mundo un lugar donde se sigan creando personas extraordinarias por las que lloremos desconsolados cuando partan.

D.

lunes, 8 de agosto de 2011

Gracias

Me enseñaste que no fue por nada que apareciste.

Me enseñaste que cualquiera puede ser tu maestro; que algo insignificante, puede significar tu dolor más grande; que en un instante, te cambia la vida.

Me enseñaste a ser más fuerte, a comprender que no era perfecta y por lo mismo, me enseñaste a dejar mi soberbia y a ser más humilde.

Me enseñaste que no era intocable como yo creía, y que me podía caer tan profundo como yo lo permitiera; y me caí y me dolió, y cuando estaba en el suelo y sentía que no podía más, me enseñaste que cualquier dolor tiene un límite, que todos los dolores tienen final y se superan, y nunca son tan grandes para no poderte levantar.

Me enseñaste a ver la vida de otra forma, con otro color; porque si de algo estoy segura es que no soy la misma que era cuando te conocí; después de tanto vacío, gracias a ti, entendí que la gente se llena de banalidades y es muy tarde cuando te das cuenta.

Me enseñaste la diferencia entre vivir y sobrevivir, y que no vale la pena morir por ti.

Me enseñaste el miedo que guardaba a que la gente se fuera. Me demostraste todo lo que hacía por que se quedaran, cuando en realidad, los que se quedan, lo hacen sin obtener nada.

Me enseñaste a ser desapegada; créeme, si pude hacerlo contigo, con cualquiera ya es un chiste.

Me enseñaste a estar sola; a quererme más y quererte menos a ti.

Me enseñaste que no era amor, era ego.


D.